Charon es, en apariencia, un condado tranquilo, y el primer año de Titus como sheriff transcurre sin grandes contratiempos. Hasta que, una tarde, ocurre un tiroteo en la escuela secundaria local: dos agentes disparan mortalmente al atacante justo cuando Titus parecía haberlo convencido de rendirse. La víctima es un maestro blanco muy respetado; el tirador, un joven negro graduado de esa misma escuela años antes; los agentes, ambos blancos. La tensión racial emerge de inmediato, y Titus queda atrapado en medio. Pero también hay muchas preguntas que requieren respuestas: ¿por qué el tirador atacó al maestro? ¿Qué fue eso tan terrible que gritaba que todos quedaron marcados por ello?

Un buen thriller necesita suficientes giros para mantener al lector enganchado hasta casi el final, pero sin recurrir a una solución que parezca surgir de la nada. Todos los pecadores sangran cumple, y además supera las expectativas.

Titus Crown probablemente sorprendió a todos (incluyéndose a sí mismo) al ser elegido sheriff del condado. Aunque creció allí, se fue para estudiar y luego pasó varios años como agente del FBI. Su vuelta parece estar motivada por la necesidad de cuidar a su padre tras una operación de cadera, aunque también hay oscuros secretos en su pasado que van saliendo a la luz.

A medida que avanza la investigación, Titus destapa una serie de verdades inquietantes que sacuden los cimientos de la comunidad, reavivan conflictos raciales que parecían superados, y ponen en jaque su estabilidad emocional y familiar.

Titus es un personaje fascinante: combina las habilidades analíticas de su tiempo en el FBI con una sensibilidad poco común. Además, tiene una relación compleja con la religión: conoce bien la Biblia y reflexiona constantemente sobre su educación cristiana.

Disfruté muchísimo de Todos los pecadores sangran es una novela intensa y profundamente humano, que combina el suspenso con una exploración de la identidad, la justicia y el pasado que nunca termina de irse.